He estado pensando en ti tanto últimamente, que de verdad llego a creer que te metiste bajo mi piel. Estás recorriendo mis venas, viajando por las partes más ocultas de mi cuerpo, pero concentrandote en mi corazón. Estoy en un cuarto en completa obscuridad, y mientras se supone que debería de estar durmiendo, me concentro más en imaginar lo que sería si tú estuvieras a mi lado. En despertar y verte ahí, durmiendo a un lado mío, sintiendo tu tranquilo respirar. Me imagino tus ojos viéndome, y tu sonrisa un poco tímida. Te imagino simplemente perfecto, y me duele un poco (he de confesar) el hecho de no conocerte. Porque no sé nada de ti, y no sé nada de mí a tu lado. Pero eso parece una aventura digna de explorar, de hacer realidad. Tengo un presentimiento que tú buscas a alguien como yo, o que alguien como yo podría hacer feliz a alguien como tú. Un poco de ego sostiene ese presentimiento, aunque también creo que ante tu presencia, toda esta seguridad en mí misma se desvanecería por completo. Puede que tengas la habilidad de ponerme más nerviosa que 7 llamadas perdidas de mi mamá, y puede que me robes más sonrisas que mi libro favorito. Siento que estas hecho para mí. Para todos mis gustos y disgustos, para mi tristeza y felicidad, para mis domingos y mis viernes, y sobre todo para abrazarme sin miedo ni restricciones. Que bonito es que me inspires tanto cuando nunca te he visto, cuando no te conozco, cuando me imagino mil momentos, y ni siquiera he sido capaz de vivir uno a tu lado o si.
Miles de poemas deben de ser escritos en tu nombre, admirando tu belleza, tus rizos, tu sencillez, y tu dulzura. Miles de personas deben de morir de un corazón roto sólo por verte pasar. Yo me incluyo en esos miles, ya que mi corazón se rompe porque no soy capaz ni de poderte abrazar. Me tendré que conformar con llamarte “muso”, un divino muso sin igual.
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