Volviendo a mi casa vi a un hombre tirado en el suelo pidiendo para comer. Mucha gente pasaba por su lado y la inmensa mayoría ni le miraba. De vez en cuando un niño se le acercaba y le echaba unos centimillos que le había dado su abuela, probablemente de lo que le había sobrado de la compra del pan.
Volviendo a mi casa me puse a pensar en ese indigente, no se porque llamó mi atención cuando cada día vemos mucha gente en su misma situación. Me puse a pensar en lo triste que es la sociedad, millones de personas en la calle, sin nada que comer.
Volviendo a mi casa me di cuenta de que lo realmente triste no era la situación de ese hombre, lo triste es que esas situaciones acaban formando parte de nuestra rutina y las aceptamos de una manera tan fría como inhumana. La gente pasaba a centímetros de ese hombre y no se percataban de su presencia, como algo normal del día a día que puedes encontrar en cualquier esquina. Pero esto no debería ser así, no debería ser parte de nuestra rutina. Y no pasa solo con los mendigos, pasa con todo, sin importar lo que sea. Antes, en las noticias escuchábamos: "una mujer muere asesinada por su marido", sin embargo ahora dicen: "Otra mujer muere asesinada por su marido". Otra. Una más. No es algo extraordinario. Es algo cotidiano.
Esto es lo realmente triste de la sociedad, es lo peligroso del mundo en el que vivimos, que aceptamos como normal situaciones que no lo son y jamás debería aceptarse como algo cotidiano.
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