Una amiga me dijo que no podemos ser siempre correspondidos, que el mundo sería triste y aburrido. Yo no creo que sea así.
Claro que sería más fácil, pero no más aburrido. Lo divertido sería que todo el mundo tuviera alguien a quien abrazar, alguien a quien amar y que ese alguien le amase. Entonces la vida sí que sería buena, sería llena y plena para todo el mundo. Nadie estaría solo, a no ser que eso fuera lo que ellos quisiesen y nadie sufriría por estarlo.
Entre las cosas divertidas de la vida no se encuentra sumirse en una tormenta de dolor generada por el incesante sufrimiento de un corazón que proclama a los cuatro vientos su necesidad de ser amado y sentirse especial para esa persona única para él.
Si todo el mundo tuviese a alguien por quien vivir nos levantaríamos fuertes y llenos de fuerza para luchar cada día y cada caída iría acompañada de una mirada desafiante que se levanta sin temor a volver a caer. Haríamos frente a los mayores vendavales con un simple soplido y no desistiríamos hasta gastar nuestro último aliento porque tendríamos un motivo por el que hacer frente a todo lo que se nos interpusiera en nuestro camino.
Pero por desgracia el mundo no es así, somos muchos los que tenemos que mirar con disimulo a ese alguien, pues sabemos que lo más cerca suya que vamos a estar es en el edén que son los sueños, ese lugar donde todo es posible. Cada caída duele más que la anterior y las piernas tiemblan a la hora de levantarse y cuando por fin te enderezas sientes vértigo y miedo a una nueva caída pues no sabes si podrás volver a levantarte. Sin alguien que te ame la mirada fuerte y desafiante que se fijaba en el horizonte se vuelve débil y se posa en el vagar errante de unos zapatos que barren la calle.
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