Hay días, semanas y meses en los que la fuera me flaquea, me cuesta levantarme de la cama, no tengo ganas de comer, desaparecen los sueños y la motivación de seguir viviendo un segundo más. Solo quiero estar solo y que todo acabe.
Hay días en los que la sangre no corre por mis venas pues es el dolor él que las recorre en su nombre, pero este no da vida al cuerpo sino lo va consumiendo poco a poco hasta que este se marchita sin remedio. Siempre que en estos días grises miro al cielo una nube cubre el sol, por cada camino que recorro hay una pared para escalar y una rama con la que caer, y caída tras caída me levanto, pero con menos fuerza, con las rodillas ensangrentadas y el corazón roto. Siempre hay alguien que quiere ayudarme, pero no le dejo y me protejo en un caparazón de soledad, me encierro en mi habitación sin que nadie pueda hacerme más daño, renunciando a todo el bien que me pueden hacer.
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