Querido cuerpo mío:
Dijimos que era mejor terminar y era cierto, que nos hacíamos daño, que no conseguíamos estar bien. Todo eso quedó claro y admitido por los dos. Pero me pasa algo con mi cuerpo, siento que no me pertenece o cambiará de manera radical.
Cada vez que rozo mi piel vienes a mí, cada caricia es tuya, si me peino veo tus manos enredándose en mi pelo, recuerdo cómo lo hacías mientras yo me abrazaba a ti. Mientras me enjabono son tus manos las que me recorren despacio. Si me toco la espalda, la cintura, las piernas... tú apareces. Si me miro al espejo, te veo a ti. Todo mi cuerpo eres tú. ¿Cómo puede el amor apoderarse así, físicamente, del ser amado? Parece que pusiste un sello invisible en cada centímetro de mi ser.
Y si he de olvidarte, ¿qué hacer con mi cuerpo? Si pudiera quitármelo y guardarlo en el armario, como quien se quita un abrigo, sería un alivio. Olvidarse de él y cerrar la puerta. Luego guardaría mi corazón en una cajita al fondo del cajón. Pero aún quedaría mi alma. Ahí también estás. Ahí reinas. La verdad, no sé si meterla en esta carta y enviartela al correo.
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