Te recordé.
Realmente siento que te necesito. Me había negado a aceptarlo abiertamente,
pero las cosas no han cambiado mucho aquí, tu ausencia es lo que más se nota;
la encuentro en la imagen que me devuelve el espejo, en las paredes de mi
habitación donde alguna vez estuvo tu nombre. En cada esquina, en el café, en
la preparatoria que fue testigo de nuestras experiencias. En todo lo que me
acompaña, cuando abro los ojos creo encontrar los tuyos, y después nada.
Me pregunto en
qué lugar de la casa no estará impregnada tu esencia, en qué rincón no están
grabadas tus risas despreocupadas, las eternas conversaciones, los besos y las
caricias. Si existe, quisiera hallarlo; para dejar de llorarle a alguien que no
volverá.
Qué bellas
madrugadas las de aquellos años, viéndonos los labios con ansiedad, colmándonos
de ternura, de abrazos, de palabras amorosas.
¿Recuerdas ese
baile? Habíamos ingerido demasiado alcohol, y me sujetaste de la mano; te miré
confundida, sonreíste, ay de esa sonrisa tan perfecta que me dominaba el
corazón, el alma. A duras penas nos mantuvimos abrazados, y comenzamos a bailar
sin sentido alrededor de la sala; recorriste mi espalda con la delicadeza de
quien palpa algo de suma fragilidad y susurraste incoherencias, de las que pude
rescatar un te amo, para que después todo se volviera difuso.
Aún no me siento
lo suficientemente fuerte para decirte adiós.
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